miércoles, 21 de mayo de 2008

El lenguaje del amor

Hay muchos tipos de lenguaje. El lenguaje de signos, el Morse, el lenguaje de las banderas, o el antiguo lenguaje en que las damas meneaban el abanico frente a sus pretendientes, por no hablar de los infinitos lenguajes propios de cada especie animal que puebla el planeta, porque, si bien no somos capaces de descifrarlo, debe ser cierto que se comunican de algún modo, ya que según parece se entienden bien entre ellos.
Ya por último tenemos el lenguaje del amor. Ese lenguaje subversivo entre dos personas que se quieren, y que mucha gente, pese a lo avanzado de su edad, aún desconoce.

El lenguaje del amor es peculiar, pues es una mezcla de palabras dichas y no dichas, de gestos y de ausencias. Bien es verdad que está muy desvirtuado, y que no es fácil aprender a utilizarlo bien en estos días en que las grandes multinacionales del amor nos bombardean con sus “Je t´aime”, sus “I´ll love you forever”, sus predecibles melodías almibaradas y sus tiernos ositos de peluche portando cajitas de bombones en forma de corazón, todas ellas expresiones que la Real academia del lenguaje amoroso desestimó hace mucho tiempo por su falta de sustancia y aspecto hortera.

La Real Academia antes citada, no entiende el amor como una dedicación exclusiva hacia la otra persona, -tal y como nos lo quieren vender desde fuera- sino más bien como el amor hacia uno mismo, hacia la vida. El amor y su lenguaje no comprenden las vanas promesas ni los grandes gestos, más bien persigue la tranquilidad, el sosiego, el bienestar diario, la alegría de sentirse en buena compañía, sentirse halagado o protegido cuando realmente lo necesitamos. Es por eso que el amor tiene formas curiosas de expresión (ininteligibles para los menos eruditos en la materia): puede presentarse en forma de pimiento relleno en el almuerzo del sábado, en forma de billete de tren, en forma de caricia, de abrazo o en forma de galleta de chocolate.

Como es cosa normal, tiene sus expresiones favoritas: ese último bocado de tu sándwich, la flor que arrancas del seto de tu vecino en tu paseo vespertino, o el olor del café recién hecho que nos despierta en la mañana del domingo, alegrándonos el comienzo de este día tan propicio al tedio.
El lenguaje del que ama es tan solo un finísimo hilo que nos transporta de un día a otro sin saber cómo, pero plácidamente; es la gota justa que engrasa el intrincado mecanismo de nuestros quehaceres, el vaso de vino que compartimos mientras me ves cocinar, o la mano que tendió la manta que aparece recubriéndote cuando te despiertas de la siesta en el sofá.

Desestimemos el romanticismo en grandes dosis: las grandes proezas, las expresiones románticas “de importación”, los 14 de Febrero y por supuesto el materialismo. Desenfundémonos del disfraz de sanguijuela rosácea, de lapa “corazón-forme” aferrada a nuestro cuello, de yugo cubierto de oro y diamantes, y aprendamos a sentir, a conversar, a compartir, a vivir.

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