Lo que nadie sabe (tan solo yo) es el caos que puede desatar este simple acto, por inocente que parezca.
Aún recuerdo la primera carta que le escribí a Rosita. En un ademán de bondad y cariño, escribí en un papel “Rosita, te quiero mucho”. Con un poco de miedo y mucha ilusión, cerré el sobre, estampé un sello en su anverso y lo eché al buzón, imaginando la cara de Rosita al encontrarse con mi carta.
No pasaron ni dos días cuando mi carta cayó en sus manos. Con cara de estupefacción abrió cuidadosamente el sobre, leyó la frase, -que atravesó como un escalofrío su cuerpo de la cabeza a los piés-, y se quedó inmóvil. Una mezcla de incredulidad, miedo, y emoción se apoderó de ella. Obviamente no era la primera vez que alguien le decía algo así, pero aquella forma tan directa y concisa de hacerlo la dejó de una pieza. “¿Y que he hecho yo para merecer esto?” se preguntaba en un claro gesto de desconfianza e incomodidad; y de ahí pasaba a pensar “¡Qué lindo detalle!”, con su consecuente cara de satisfacción, o al instante decía“¡Que atrevimiento!”, cargada de rabia y malestar... Puede parecer extraño, pero aveces las palabras tiernas crean sentimientos enfrentados en quien las recibe.
Sorprendida por mi gesto y extrañada por sus reacciones, tomó papel y lápiz y escribió a su prima Juanita, contándole como pudo lo que había sucedido. También le escribió a su analista, tratando de contarle asustada las sensaciones que había experimentado y preguntándole que debía hacer...
No pasaron ni dos días cuando Juanita recibió la carta, la leyó y se echó a reir, alegrándose por el hecho y contestándole a su prima que no se preocupara, que aquello era un gesto lindo y que no tenía nada de malo. También la analista recibió la carta, la archivó entre otros tantos documentos que poseía de Rosita, y quitándole importancia al hecho, le respondió comentándole que viera aquello como algo positivo, como de hecho era... Mas no quedó ahí la cosa. La idea le pareció tan simple y tan agradable, que papel en mano, la analista decidió escribir otra carta, esta vez a un amigo de la infancia que tenía olvidado, agradeciéndole los buenos ratos que habían pasado juntos, y recordándole las risas que echaron juntos tirándole piedras a las palomas en los jardines de casa de su padre...
También Juanita, en un arrebato de nostalgia, tomó lapiz y papel, y escribió sendas cartas a sus hermanos que tanto hacía que no veía...
Y de esta forma, a cada carta no sólo le correspondía su respuesta, sino que, en el mayor de los casos propiciaba la escritura de otras semejantes, que a su vez tenían su respuesta, y a su vez desencadenaban otras tantas, y más respuestas, y más besos, y más “te extraño mucho” y más “vuelve pronto amiga”... con lo que en poco tiempo, y de forma exponencial, se desencadenó un ir y venir de cartas que surcaban el país de punta a punta. No tardaron en verse largas colas en las oficinas de correos, en los estancos, y en las papelerías, cuyos dueños recibían constantes cartas de sus parientes felicitándoles por la bonanza de sus negocios.
No era extraño bajar a la calle y ver gente por las esquinas chupando sellos, cerrando sobres, buscando un buen apoyo donde escribir el remite o eligiendo el rayo de sol más luminoso para poder leer claramente la carta que acababan de recibir. Embargados de emoción se acercaban unos a otros, y se enseñaban las cartas entre ellos como muestra de lo queridos que se sentían, lo cual propiciaba nuevas amistades, y nuevas cartas, y nuevas felicitaciones de cumpleaños, etc...
... y a cada ruido de sobre rasgado, siempre le seguía un suspiro; siempre le seguía una nueva sonrisa.