miércoles, 11 de junio de 2008

Consideraciones etimológicas

De un tiempo a esta parte rondan mi cabeza ciertas expresiones usadas de manera cotidiana en nuestras conversaciones referidas al amor, la pareja o a las relaciones. De primera, y por lo común de su uso, no les presté atención, pero poco a poco fueron llamando mi atención. Su disonancia dentro de un lenguaje amoroso rayaba mi entendimiento como el chirrido de cuchilla en el cristal.
Me serví de la ayuda del diccionario (ese curioso artilugio que nos desvela el verdadero significado de las palabras que decimos) y mi sorpresa fue aterradora.

En concreto me llaman la atención dos de estas expresiones. ¿Quién no ha escuchado alguna vez “quiero una relación seria”? No hace falta ser catedrático en lenguas para conocer la palabra “serio/a”, a la cual siempre le atribuimos cualidades negativas. A nadie le gusta un gesto serio, cuando tenemos junto a nosotros a un amigo que creemos que está molesto le decimos “que serio estás”, y cuando un familiar nuestro se aqueja de una grave en fermedad, decimos que “la cosa es seria...”. Diccionario en mano descubro las verdaderas acepciones, algunas de estas horribles si pretendemos con ellas mantener un lenguaje tierno y amoroso.

Serio: “Grave, sentado y compuesto en las acciones y en el modo de proceder”. “Severo en el semblante, en el modo de mirar o hablar”.

Otra expresión muy común es la famosa “quiero un compromiso”, “estoy comprometido/a” o “quiero una relación sin compromiso”. La palabra compromiso, ya de por sí, me sonaba extraña, y pasé a analizarla con los siguientes resultados, horribles todos ellos.

Compromiso: “Obligación contraída”, y en lenguaje judicial: “Convenio entre litigantes, por el cual someten su litigio a árbitros o amigables componedores”.

El diccionario nos remite inmediatamente al lenguaje judicial, tal vez como sabia señal de lo que se avecina tras el consabido compromiso...

Nunca entenedí estas expresiones, y ahora me alegro de ello. No señores, no me interesan las relaciones serias, siempre me gustaron las relaciones alegres de gesto amable, sonrisas, y que saben exprimir el jugo de la vida que se presenta. No, tampoco me identifico con el compromiso, con los “convenios” ni las “obligaciones contraídas” que cercenan una y otra vez nuestros ademanes de felicidad y nuestras inquietudes personales.

No creo en nada más que en la alegría que nos colma cuando estamos junto a quien nos alegra la existencia. No creo en más compromisos que los que esa felicidad nos proporciona de forma natural, y que nos mantiene fieles a esa persona por convencimiento propio, aveces por unas semanas, aveces para toda la vida.
No creo en las promesas, no las entiendo. Binomios cambiantes, eso somos, no es más.
Me sentaré a esperar el siguiente cambio (si es que se presenta). Eso sí, con alegría, el gesto serio lo dejo para otros...

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